Friday 24 May 2013

Abuela española y post-parto

Cuando me quedé embaraza de nuestra primera hija, mis padres asumieron que yo querría que ellos estuviesen aquí durante semanas y semanas. Creo recordar que habían planificado llegar más de dos semanas antes del parto más una estancia de unas ocho semanas. Se armó la marimorena cuando les dije que preferíamos que no llegasen hasta después que que hubiese nacido la criatura, máxime cuando vivíamos en un piso que no llegaba a los 50m2. Ni ellos ni el resto de la familia española lo entendió mucho. Mi madre me dio la tabarra durante meses para que reconsiderara la situación apelando a que yo no tenía ni idea de la que me esperaba, bla, bla, bla.

Al final llegaron un día antes del día D, más que nada porque el parto se acabó retrasando dos semanas y ellos habían comprado los vuelos con bastante antelación, así que no hubo posibilidades de cambios.

Fue muy bonito verles coger, emocionados, a su nieta en el hospital a las pocas horas de haber nacido. Ahí se acabó la parte idílica del asunto. Las siguientes cuatro semanas fueron una pesadilla y, aunque pueda parecer algo cruel, creo que es la cosa que peor han hecho mis padres por mi en toda su vida. Por supuesto que les he 'perdonado' (sí, ya sé que suena pretencioso) pero lo cierto es que, desde mi punto de vista, estropearon por completo unas semanas que tendrían que haber sido bastante menos complicadas de lo que fueron. En esos días se malogró mi única oportunidad de disfrutar la maternidad primeriza.

La obsesión de mi madre por la criatura y lo que debía de hacer o no hacer con ella me trajo por la calle de la amargura. Pocas veces me he sentido tan angustiada y agobiada en mi vida. Claro que parte debió de ser cortesía de las hormonas pero los comentarios y acciones de mi madre tuvieron el mismo efecto que si me hubiesen conectado a una vía de agentes histerizantes. Lo peor fue el tema de la lactancia: cada vez que la niña lloraba era porque tenía hambre y yo no tenía leche. 'No tienes suficiente. Mi pobrecita niña se muere de hambre'. 'Esta niña lo que tiene es hambre; cómo no va a llorar'. 'Si le doy una ayudita (biberón) ya verás cómo se tranquiliza'. 'Pero otra vez le estás poniendo al pecho? Será mejor esperar a ver si sale algo más en un rato'. Y así hasta la saciedad (que en su caso y en el mío resultaron estar en puntos muy dispares). El caso es que yo estaba desesperada y ella seguía erre que erre. Me empecé a encontrar fatal pero a mi madre solo se le ocurrió decir que eso era lo normal y que menos mal que estaba ella allí. Al final hablé con el hospital y me dijeron que tenía que ingresar de inmediato; la criatura tenía que estar conmigo porque, entre otras cosas, tenía una mastitis bilateral de aúpa y la criatura tenía que ayudarme a sacar todo aquel material del pecho. Mi madre se horrorizó: cómo iba a llevar a su nieta a un hospital?! Supongo que pensó que si se quedaba en casa con ella la niña estaría mucho mejor (bebiendo diez litros de leche y comiendo paella, quizás). El hecho de que yo tuviese 41C de fiebre e infecciones varias era puramente tangencial.

La cosa acabó mal. Al final claudiqué y tuve que dar 'ayuditas' después de cada sesión de pecho. Los dos pechos me sangraron durante meses y, al final, todos (matronas supuestamente pro-lactancia incluídas) se cerraron en banda y me dijeron que tenía que dejar de dar de mamar por completo a las veintipico semanas. Para entonces, la niña apenas tomaba nada y me rehuía con fervor. Para qué trabajar con unos pechos que daban leche rosada (por la sangre de las grietas) cuando la abuelita ofrecía unos sabrosos biberones de donde la leche salía a borbotones.

El otro día le dije a mi madre, con toda la tranquilidad y delicadeza de las que fui capaz, que esperaba que esta vez la cosa fuera mejor entre nosotras y que intentase no agobiarme/se demasiado con el tema del pecho; que yo quería intentarlo con tranquilidad y que si tenía a alguien a diez centímetros de distancia diciéndome constantemente que la cosa no funcionaba, pues que estaba abocada al fracaso y que la experiencia no iba a ser muy agradable. Y que yo quería disfrutar del tiempo que pasase con mi hijo, no como la otra vez.

La voz de mi madre salió a torrente por el teléfono. 'Pues qué paso la otra vez? Que tu te preocupaste innecesariamente y no pudiste darle el pecho cuando simplemente debías haberle dado el biberón y listo?'.

Se avecina marejada. Creo que daré de mamar en el baño, con la puerta trancada y música de fondo.

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