Monday 8 April 2013

Yo no me meto

Mi madre es un poco como la bolsa: lo mismo está pletórica que empieza a caer en picado de modo impredecible. Si a eso le juntamos que yo, en mi sexto mes de embarazo, debo estar funcionando de manera semejante, las posibilidades de que nos saquemos mutuamente de quicio son más que elevadas. Ultimamente parece que estamos las dos un tanto efervescentes.

Mi madre, como ya he comentado, es muy dada a hacer juicios de valor a la par que afirma que a ella jamás se le ocurriría hacer tal cosa. A mis treinta y todos años todavía no tengo ni idea de si realmente se cree tal afirmación o simplemente lo dice con un toque de sorna imperceptible.

La última llamada telefónica estuvo cargadita de comentarios acerantes. Primero empezaron los apuntes sobre mi sobrina, a la que ella cuida entre semana. La criatura tiene siete meses y los últimos tres o cuatro fines de semana sus padres han empezado a llevarla a la piscina. Mi madre recalcó insistentemente lo sorprendida que está de que la niña todavía no haya cogido pulmonía o algo peor. 'Y a pesar de todo parece que sigue bien'. El 'a pesar de todo' se refiere, dado el tono y demás comentarios satélites con los que no les aburriré, a la terrible irresponsabilidad de sus padres por someter a la criatura a semejante tortura, con todos los riesgos que ello implica. La niña se va al agua encantada. La piscina está climatizada y casi parece una sauna, pero mi madre me aclaró (por si no había entendido) que eso de estar mojando a la criatura fuera de casa y cambiándola de ropa en un lugar público en mitad del día no puede acabar bien. La pulmonía es cosa de tiempo. Cuando le dije que las pulmonías las causan los microorganismos, no el estar en bañador a 25 grados, ella argumentó que en otros países las cosas serían diferentes pero que esas aflicciones las causaba el frío (aunque haya 25 grados) antes de decir, 'bueno, yo en lo que hagan sus padres no me meto'.

De ahí pasamos a una foto que les acababa de mandar en la que aparece mi hija comiendo un helado... en la calle y a unos 12C de temperatura exterior. La pregunta inmediata fue si a la niña ya le habían salido las anginas. Si no lo saben, les informo de que las anginas no son causadas por virus o bacterias sino por consumir helado a menos de 35C. A mi me debieron de dejar comer un helado anual hasta los quince años, cuando empecé yo a agenciarmelos por mi cuenta. Hasta entonces, cualquier aflicción de salud posterior a la consumición del helado en cuestión era efecto irrefutable de la fría temperatura del dulce (el periodo de riesgo, creo recordar, se extendía no menos de dos semanas). Evidentemente, después de un par de clases de biología en el bachillerato y de haberme casado con un científico hace ya una década, he reevaluado las causas de mis catarros infantiles. Le recordé pues a mi madre el papel de  los microoganismos en el desarrollo de las anginas: a mis alegatos científicos le siguió una defensa del saber popular y una afirmación clara de que ella nunca entra a juzgar esas cosas. 'Que cada uno haga lo que quiera pero que aguante las consecuencias'.

La conversación derivó posteriormente por tiraditas con dardo a la boda de un amigo que solicitó traje largo a sus invitados ('cuanto menos son, más quieren pretender ser... pero cada cual que haga lo que quiera; yo no me meto'); el hecho de que mi hija lleva una temporada saliendo a la calle con dos bufandas ('porque su madre la deja ir disfrazada por la calle. Y cómo es que lleva la costura del gorro por delante en esa otra foto? Bueno, que vaya como a ti te parezca'); y su apoyo total a nuestras próximas minivacaciones ('que habéis alquilado un piso en esa zona de Madrid tan peligrosa? Bueno, haced lo que queráis pero eso es como un campo de batalla').

Colgué el teléfono agotada además de sumamente cabreada. Le repetí mi súplica de que no juzgase tanto todo, aunque no esté de acuerdo. Ella concluyó (haciéndose la?) sorprendida: 'Yo? Pero si yo no me meto jamás en lo que haga nadie! Allá cada uno'.


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