Friday 12 April 2013

Otra visita turística

Ya les comenté que mi suegra, en vista de las dificultades logísticas que tuvimos que torear hace unas semanas (gripes, vomitonas, crisis médica con el embarazo, pánicos laborales, etc), se había ofrecido a venir 'para ayudar'. Por suerte, y como debiera haber sospechado para así calmarme un poco ante tal amenaza, nada estaba más lejos de sus intenciones.

Las aguas, por suerte, se han ido calmando. Vamos sacando la cabeza a flote, gastamos menos de cuatro paquetes de pañuelos de papel diarios (justitos) y estámos finalmente haciéndonos a la idea de que, con algo más de suerte, seremos una familia de cuatro en el verano. Pero hete aquí que mi suegra ha decidido que, ahora que parece que no hace falta ayudar, quiere vernos, o eso dice. Anoche, sin haber mencionado antes nada, llamó después a hora intempestiva (para ella) además de entre semana (cosa que jamás hace) y dio fecha: dos semanas antes del parto. Y viene, otra vez, con nuestra indolente sobrina quinceañera. La visita será de cinco días 'solamente', no vaya a ser que el parto de adelante y tengan que quedarse ellas a cargo de nada o de nadie (nuestra niña de dos años, por ejemplo).

Era ya noche cerrada cuando mi marido colgó el teléfono y me comunicó la nueva. No sé qué cara puse pero no debió ser buena aunque me mordí la lengua con tanta voluntad como pude. Me concentré en no decir nada demasiado atroz mientras frotaba la cazuela de la cena con ahínco e intentaba distraerme haciendo una lista mental de las cosas que no pienso hacer cuando vengan. Pagar taxis turísticos es una, cocinar, poner y recoger la mesa tres veces al día es otra... pero sé que si no lo hago yo, lo hará el teutón, y qué puedo decirle yo cuando mi madrecita, por mucho que ayude en casa, puede ser de armas tomar y la tendremos aquí una temporada cuando nazca la criatura. También, visto como estoy llevando este embarazo tan complicado, será él quien se ocupe de hacer y deshacer camas, lavar toallas, fregar cazuelas, atiborrar la nevera de comestibles y bebidas aceptables para el paladar norteño y hasta cogerse un día o dos de vacaciones para pasear a las damas. Cosa suya, dirán, pero es que si a una le fastidia que le tomen el pelo, mucho más le molesta que el tratamiento capilar se lo hagan a quien más se quiere; o que me le vayan a fundir las pocas energías que le quedan justo antes de que empiecen las noches toledanas que seguro nos esperan con el bebé. Pero no, no es solo preocupación por mi media naranja, claro está. El cabreo es de raíces profundamente egoístas. Ahora mismo me identifico totalmente con una bruja de la peor calaña a la par que me arrepiento profundamente de no haber hecho el curso básico de vudú que vi una vez anunciado en un periódico pero admito que regalarle a semejante par el que probablemente sea uno (si no el último) fin de semana que podremos pasar como familia de tres y preparando la llegada del bebé me repatea sobremanera. Y si el teutón anuncia que va a cogerse días de vacaciones antes de que nazca la criatura, entonces ya es posible que hasta me ponga de parto.

Bueno, mejor no, no vaya a ser que a la suegra y la sobrina les entre una crisis de ansiedad y me tenga que ir al hospital solita mientra el teutón saca las sales, la infusión de valeriana y un par de botellitas de rioja con lata de aceitunas complementaria para calmarle los ánimos al personal. 

Monday 8 April 2013

Yo no me meto

Mi madre es un poco como la bolsa: lo mismo está pletórica que empieza a caer en picado de modo impredecible. Si a eso le juntamos que yo, en mi sexto mes de embarazo, debo estar funcionando de manera semejante, las posibilidades de que nos saquemos mutuamente de quicio son más que elevadas. Ultimamente parece que estamos las dos un tanto efervescentes.

Mi madre, como ya he comentado, es muy dada a hacer juicios de valor a la par que afirma que a ella jamás se le ocurriría hacer tal cosa. A mis treinta y todos años todavía no tengo ni idea de si realmente se cree tal afirmación o simplemente lo dice con un toque de sorna imperceptible.

La última llamada telefónica estuvo cargadita de comentarios acerantes. Primero empezaron los apuntes sobre mi sobrina, a la que ella cuida entre semana. La criatura tiene siete meses y los últimos tres o cuatro fines de semana sus padres han empezado a llevarla a la piscina. Mi madre recalcó insistentemente lo sorprendida que está de que la niña todavía no haya cogido pulmonía o algo peor. 'Y a pesar de todo parece que sigue bien'. El 'a pesar de todo' se refiere, dado el tono y demás comentarios satélites con los que no les aburriré, a la terrible irresponsabilidad de sus padres por someter a la criatura a semejante tortura, con todos los riesgos que ello implica. La niña se va al agua encantada. La piscina está climatizada y casi parece una sauna, pero mi madre me aclaró (por si no había entendido) que eso de estar mojando a la criatura fuera de casa y cambiándola de ropa en un lugar público en mitad del día no puede acabar bien. La pulmonía es cosa de tiempo. Cuando le dije que las pulmonías las causan los microorganismos, no el estar en bañador a 25 grados, ella argumentó que en otros países las cosas serían diferentes pero que esas aflicciones las causaba el frío (aunque haya 25 grados) antes de decir, 'bueno, yo en lo que hagan sus padres no me meto'.

De ahí pasamos a una foto que les acababa de mandar en la que aparece mi hija comiendo un helado... en la calle y a unos 12C de temperatura exterior. La pregunta inmediata fue si a la niña ya le habían salido las anginas. Si no lo saben, les informo de que las anginas no son causadas por virus o bacterias sino por consumir helado a menos de 35C. A mi me debieron de dejar comer un helado anual hasta los quince años, cuando empecé yo a agenciarmelos por mi cuenta. Hasta entonces, cualquier aflicción de salud posterior a la consumición del helado en cuestión era efecto irrefutable de la fría temperatura del dulce (el periodo de riesgo, creo recordar, se extendía no menos de dos semanas). Evidentemente, después de un par de clases de biología en el bachillerato y de haberme casado con un científico hace ya una década, he reevaluado las causas de mis catarros infantiles. Le recordé pues a mi madre el papel de  los microoganismos en el desarrollo de las anginas: a mis alegatos científicos le siguió una defensa del saber popular y una afirmación clara de que ella nunca entra a juzgar esas cosas. 'Que cada uno haga lo que quiera pero que aguante las consecuencias'.

La conversación derivó posteriormente por tiraditas con dardo a la boda de un amigo que solicitó traje largo a sus invitados ('cuanto menos son, más quieren pretender ser... pero cada cual que haga lo que quiera; yo no me meto'); el hecho de que mi hija lleva una temporada saliendo a la calle con dos bufandas ('porque su madre la deja ir disfrazada por la calle. Y cómo es que lleva la costura del gorro por delante en esa otra foto? Bueno, que vaya como a ti te parezca'); y su apoyo total a nuestras próximas minivacaciones ('que habéis alquilado un piso en esa zona de Madrid tan peligrosa? Bueno, haced lo que queráis pero eso es como un campo de batalla').

Colgué el teléfono agotada además de sumamente cabreada. Le repetí mi súplica de que no juzgase tanto todo, aunque no esté de acuerdo. Ella concluyó (haciéndose la?) sorprendida: 'Yo? Pero si yo no me meto jamás en lo que haga nadie! Allá cada uno'.